En 1761 el padre franciscano Joaquín Domingo de Eleta, natural de El Burgo de Osma y confesor del rey Carlos III, resuelve realizar una capilla para venerar a Juan de Palafox y Mendoza, obispo de la Diócesis de Osma entre los años 1654 y 1659.
Situada detrás del Altar Mayor en el centro de la girola, este conjunto es un claro exponente del paso del estilo Barroco al Neoclásico. Posee una gran riqueza, no sólo por el empleo de materiales nobles, sino por la gran diversidad de manifestaciones artísticas.
La capilla es de planta central, una rotonda articulada en torno a cuatro grandes columnas corintias con pilastras intercaladas y una recapilla secundaria. Las dimensiones son: 56,24 m2 y altura de 15,5 m; la capilla de la Inmaculada tiene una planta de 33,75 m2 y una altura de 12 m.
En la construcción de esta capilla intervinieron maestros de primera línea: los tracistas fueron Juan de Villanueba y Francesco Sabatini. La bóveda fue realizada por Domingo Brili y la pintura mural por Salvador Maella.
Antecedentes.
Junto al ábside del templo catedralicio se encontraban, desde el siglo XVI, las casas consistoriales de la villa de El Burgo de Osma, lo que fue causa de no pocos problemas. Cuando en la segunda mitad del siglo XVIII la catedral necesitó espacio sobre el que levantar las nuevas dependencias de sacristía, capilla de Palafox y otras salas, la problemática se agudizó. A la hora de elegir el sitio, el obispo Calderón consideró que el más idóneo era el que ocupaban las casas consistoriales, por ello se llegó a un acuerdo con la villa para que cediese a la catedral ese lugar a cambio de que ésta costeara la edificación de un nuevo ayuntamiento en otro lugar, eligiéndose el frontero al Hospital de San Agustín, con lo que se originó, al erigirse también casas particulares, una nueva plaza Mayor.
Demolida la casa consistorial, se dispuso de un terreno apropiado sobre el que edificar la ansiada sacristía, que se concibió desde un principio como parte de un ambicioso programa arquitectónico que tenía como misión primordial dotar a la catedral de espacios acordes con las necesidades que se derivarían de la previsible beatificación de Juan de Palafox, proceso en el que estaba particularmente interesado el rey Carlos III. Por este motivo, no es extraño que los mejores arquitectos del momento intervinieran en este proyecto.
Francisco Sabatini, sabiendo las dependencias que se querían construir (girola, sacristía, capilla y salas anejas) y basándose en unas mediciones realizadas por otros arquitectos, elaboró unas trazas para la ampliación de la cabecera catedralicia en 1769. Sin embargo, quien concretó el proyecto fue Juan de Villanueva, por iniciativa de uno de los personajes que más influían en la voluntad del monarca, su confesor el burgense fr. Joaquín de Eleta.
Las obras para la construcción de la sacristía, una vez demolido el edificio que servía de ayuntamiento, comenzaron el 25 de junio de 1770 con arreglo a la traza ideada por Juan de Villanueva y bajo la dirección de Ángel Vicente Ubón. Su inauguración tuvo lugar el día 8 de septiembre de 1775.
La previsible canonización de Juan de Palafox fue la principal causa que motivó la construcción de las importantes obras dieciochescas que se realizaron en la catedral. La capilla a él dedicada sería el espacio más importante de este complejo. La traza fue facilitada por Juan de Villanueva y el arquitecto encargado de dirigir la obra, cuya primera piedra se puso el 4 de septiembre de 1772, fue Ángel Vicente Ubón, que falleció en agosto de 1778.
La necesidad de un nuevo director movió a Carlos III a enviar a El Burgo de Osma a Francesco Sabatini, que ideó una traza para su conclusión (al menos toda la cúpula) y encargó a Luigi Bernasconi la realización de las obras, que se concluyeron en 1784.
La capilla de Palafox presenta una planta centrada en una rotonda conformada por cuatro grandes machones con dos pilastras en su frente, flanqueando los nichos donde se colocan las esculturas de las virtudes cardinales, que dejan otras cuatro aberturas con dos columnas cilíndricas exentas de extrañísimos capiteles y perfil de fuste en cada una de ellas. Las aberturas corresponden al vestíbulo, al presbiterio alargado y a los dos altares laterales de Santo Domingo y San Pedro de Alcántara. Las dos columnas del frente de la capilla, dispuestas delante de sendos machones prismáticos de planta rectangular, al que se adosan pilastras corintias, separan la rotonda del alargado presbiterio, iluminado por un transparente y con un fresco de Mariano S. Maella. En el testero está colocado el retablo que iba a servir de cobijo a la escultura de Palafox una vez beatificado y que hoy preside la estatua de la Inmaculada, de Roberto Michel. El interés del retablo radica en su adaptación a la superficie cóncava del ábside, que se resuelve por la disposición esquinada de las columnas corintias exteriores.
La entrada de la capilla se remarca con una clásica portada, con arco de medio punto enmarcado por columnas jónicas que soportan el entablamento y el frontón triangular. En el interior, sobre el ingreso, se encuentran las armas del rey Carlos III, que se reservó el patronazgo del recinto, por lo que esta capilla tiene el título de Real.
La cúpula que cubre el espacio circular central consta de tambor con cuatro ventanas, media naranja y linterna no apreciable desde el interior. Al exterior, la capilla se acusa por su volumen cilíndrico encorsetado por paredes de sillería lo que, junto a la carencia de una fachada exterior, provoca que esta capilla tenga una apariencia de oquedad o de excavación más que de edificio. El tambor es obra de albañilería, con pilastras de refuerzo y con las correspondientes ventanas de medio punto; la media naranja está trasdosada en escalones con tejas rematados por una cubierta troncocónica con una linterna prismática, de pilastras pareadas y cuatro ventanas de medio punto, por donde pasa la luz al óculo de la cúpula, rematándose por una cubierta cónica empizarrada. El aspecto exterior de la cúpula de la capilla ofrece un aire típicamente sabatinesco.