El noble valenciano don Jerónimo Vich y Vallterra (1459-1534), embajador del rey Fernando el Católico ante la Santa Sede y más tarde de Carlos I, participó activamente en la política internacional en los pontificados de Julio II y Leon X y asistió de forma privilegiada, desde su llegada a Roma en 1507 hasta su regreso a Valencia en 1521, a uno de los períodos más esplendorosos y fecundos de la historia del arte occidental.
De Roma, Jerónimo Vich trajo importantes pinturas, destacando entre ellas varias de Sebastiano del Piombo que marcaron un punto de inflexión en el panorama pictórico valenciano sobre todo de Vicent Macip, Joan de Joanes o Francisco Ribalta, por citar sólo unos cuantos autores. La labor de mecenazgo de Jerónimo Vich y su sensibilidad artística, tan afín a las novedades del Renacimiento en Italia, se manifiestan particularmente con el cortile (de elegantes columnas clásicas, capiteles de fina labra, arcos, cornisas y frontones) que mandó hacer para su palacio en Valencia hacia 1527. La introducción novedosa y temprana de este vocabulario clasicista del primer Renacimiento en España comparte protagonismo con el patio del castillo de Vélez Blanco (Almería), actualmente conservado en el Metropolitan Museum de Nueva York, y el patio del castillo de La Calahorra (Granada).
El proyecto del patio se atribuye al arquitecto italiano Antonio Cordiani, llamado Antonio da Sangallo el Joven, al que Jerónimo Vich ya encargó en Roma la iglesia de Santa María de Monserrato, de los miembros de la antigua Corona de Aragón, y la reconstrucción junto a Jacopo Sansovino, de la iglesia de San Marcello de la que su hermano Guillem Ramón era titular, tras el reciente nombramiento como cardenal.
La culta y novedosa concepción de este atrio a la romana, con pórtico abovedado de aristas y deslunado cerrado en bloque sobre galería de columnas y arcos ubicado en un rectángulo de reducidas dimensiones (18 x 15 metros de extensión y 14 metros de altura), evoca influencias tanto del palacio ducal de Urbino, como de otros patios de palacios romanos de comienzos del siglo XVI, caracterizados por sus acogedoras dimensiones, sobriedad decorativa y proporcionada articulación clásica. A su vez se se evidencia una libre interpretación de las observaciones vitruvianas en torno al atrio abovedado el “cavedium testudinatum” de la casa romana antigua, al permitir que por encima de los pórticos abovedados se levantasen habitaciones, lo cual en el panorama de la arquitectura civil y señorial era novedad e implicaba una cultura humanista en lo arquitectónico que emula tipos, decoraciones y composiciones a la italiana.
Uno de los espacios de mayor énfasis monumental de este patio es el configurado por la potentes ventanas, que repartidas en series de tres circuyen y perforan diáfamente la superficie del cuerpo noble, al que daban las habitaciones principales de la casa, con techos artesonados de casetones hexagonales y romboidales, las ventanas están formadas por cuidadas jambas y dinteles, prodigas en molduras y decoraciones de cuentas de perlas rematadas tras un friso en tímpanos triangulares con venera inscrita tienen un indudable porte clásico y a la vez recrean en su hueco la tradicional ventana medieval ajimezada con arquillos adintelados lobulados y fina columnilla casi baquetón que remata en un capital compuesto. No se trata por otra parte sólo de un ejercicio de redifusión estilística de elementos medievales en una composición renacentista, es además una adaptación del lenguaje clásico a la ventana de grandes dimensiones que caracteriza la casa señorial valenciana, donde las condiciones climáticas permiten configurar grandes vanos abiertos al patio o al exterior.
Estas características unidas a la de su talla en mármol genovés nos alerta la posibilidad de que en la elaboración de este patio mediasen directrices del propio Jerónimo, con la colaboración de su hermano, todavía en Italia, que se encargó de los envíos de las piezas marmóreas ya talladas y esculpidas, que llegaban a Valencia pasando por el puerto de Alicante.
Las columnas sin éntasis, la diversidad de los capiteles al modo italico, en los que afloran detalles alusivos al propietario como el escudo familiar o la presencia de significativos pulvinos, cimacios moldurados, frecuentes el arquitectura florentina o sienesa del quattrocento, los frentes estrechos o frontales del patio, con grandes oculos laterales cerrados por venereas, el tipo vitrubiano de atrio abovedado a la romana, son caracteristicas de la manufactura italiana, en particular genovesa.
Pocos palacios han aportado a su propietario tanto aprecio social, urbano como éste de Vich, suscitando gran admiración por sus marmoles genoveses repartidos en columnas, arcos y ventanas, en el medio urbano de la Valencia del siglo XVI.
Con el derribo del Palacio Vich en 1859, la Academia de San Carlos se encargó del desplazamiento de los mármoles al antiguo convento del Carmen, sede entonces del Museo de Bellas Artes. En 1909 se procedió, con una parte de las piezas, a una instalación museográfica en el antiguo refectorio y aula capitular de dicho convento bajo proyecto de los arquitectos Luis Ferreres y Francisco Almenar. El resto de las piezas marmóreas del desaparecido patio se llevaron, pasada la Guerra Civil española, al que fue Colegio Seminario de San Pío V, nueva sede desde 1946 del Museo. El olvido de la importancia capital de este conjunto arquitectónico del Renacimiento hispano y las circunstancias históricas que provocaron la dispersión de sus piezas se subsanó finalmente en el otoño de 2006 con la instalación definitiva del patio en el Museo de Bellas Artes, convirtiéndose en uno de los espacios más emblemáticos de la ciudad de Valencia, que permite de nuevo y tras muchos años apreciar de forma clara sus valores.